miércoles, 27 de octubre de 2010

Especiales Halloween - El chico del autobús

Como todos los años, cuándo se acerca La noche de brujas me gusta hacer posteos de terror, lo que el año pasado inauguré como "Especiales Halloween".

Este año, pensé en liberar una experiencia real que me pasó cuándo tenía 12 años, algo que me quedó marcado para siempre y que hoy en día, aún lo recuerdo con escalofríos a veces.
No me lo estoy inventando, puedo jurar por lo que más quiero que esta historia es real y aunque no lo creáis, me cuesta un poco escribirla hoy aquí, para todo el mundo, pues la he llevado guardada conmigo durante muchos años.

Sucedió mientras estaba en el último año de la primaria, para aquel entonces, al terminar el colegio siempre me quedaba un rato por la calle con algunos compañeros antes de tomarme el autobús para ir a comer a casa de mi abuela o directamente muchos días me quedaba a comer en la casa de mi mejor amiga.
Pues bien, en esas edades pre-adolescentes de nubes de pedo, determinadas por una delgada línea entre lo que nos queda de inocencia y el mundo adulto pragmático y realista, nos juntamos cuatro amigas para hacer un tablero ouija (y quién no a esa edad).
Lo hicimos durante varios días al salir del colegio, en el portal de una de las chicas, al principio no pasaba nada, después el vaso se empezó a mover un poco, pero nunca llegó a más, una chiquillada para divertirnos.

Un día, después de terminar la ouija con las chicas me tomé el autobús para ir a lo de mi abuela, como siempre. Subí y me encontré al fondo del todo a un chico que tendría más o menos mi edad. Era guapísimo, pero en vez de provocarme sonrojo me provocó pena. Tenía la cara muy pálida, el cuerpo bastante delgado y unas ojeras pronunciadas, pero me seguía pareciendo muy guapo, tenía el pelo rubio y los ojos azules, se parecía a Davon Sawa (el cual me tenía enamorada). No pude evitar quedarme mirándolo fijamente y sonreirle, él me miró, puso cara de sorpresa y después bajo la mirada al suelo.
Yo que estaba de pie, frente a la puerta de salida, dejé de mirarlo porque me avergoncé, me lo tomé como un jueguito de miradas con un chico que me gustaba.

 De repente volví a mirar el lugar en dónde él estaba y no había nadie. El autobús no hizo parada en ese transcurso, así que no podía haberse bajado, pensé. Lo busqué con la mirada por todo el autobús. No estaba. Desapareció de la nada. Yo me quedé petrificada.

Las casas del barrio en dónde vivía mi abuela estaban construidas de forma un poco extraña, todas las ventanas daban como a una especie de calle peatonal larga, casas que se enfrentaban con otras y en el medio quedaba esa callecita en dónde yo solía jugar.
Bajé del autobús todavía pensando en el chico, caminé por esa callecita y subí las esclaeras del portal de mi abuela (vivía en el último piso). No había ascensor, así que había que subir a pata todas las escaleras y en cada descansillo de cada piso había una ventana que daba a esa callecita.
No sé porqué, pero al llegar al segundo o tercer piso miré por la ventana y de una forma increíble lo vi. Estaba allí, parado, en la calle, frente al mini-edificio de mi abuela, mirándome.
Casi me dá un ataque al corazón, subí corriendo otro piso más y volví a asomarme a la ventana, ya no estaba. Desapareció otra vez. 
No había forma de desaparecer tan rápido (segundos) de esa callecita, por mucho que corrieses, no tenía salída.
Llegué a casa de mi abuela paralizada, muerta de miedo, pero nunca dije nada.

Siempre me quedó la sensación de que ese chico quería decirme algo, me buscó para algo.
Repasando la historia una y otra vez en mi cabeza, recordé la expresión de sorpresa que puso el chico cuándo me quedé mirándole en el autobús y le sonreí, y me di cuenta de que se sorprendió porque lo había visto, nadie más lo vió, solo yo.



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1 comentario:

alcorze dijo...

Jodo, pues es toda una experiencia, y más para la edad que tenías.